miércoles, 29 de febrero de 2012

CAP.2 HISTORIA

Ya no sé ni qué tiempo hace en la calle. Son truenos lo que oigo o simplemente es el estrépito rugir del tren al pasar, no sé qué hora es, me daré una ducha y me afeitaré, hoy tengo que exponer el proyecto de presas, la verdad que no tengo ganas de esta estúpida presentación.
Miré la parte superior de la mesita, donde descansaba impertérrito ese reloj de mesa que ella me regaló…el reloj rezaba las 3.30 AM, aún es muy temprano. 
Me levanté y fui al cuarto de baño, cuando acabé , ya eran las 4.15, me vestí y intenté desayunar, pero no tenía hambre, así que simplemente me bebí ese café aguachado que descansaba en la parte vidriosa de la moderna máquina de café que también me regaló ella.

Fuí a la estación, mis pasos eran cansinos, casi de anciano, no me importaba ya que tenía que hacer tiempo hasta menos veinte que salía el tren de cercanía.
Una vez dentro, me senté y miré el oscuro paisaje y fijándome el momento anterior al día, observé cómo, poco a poco, las gotas del rocío se dejaban ver resbalando por las hojas de las plantas, recordé un fragmento de ese poema: 

“Queda aún tiempo para la salida del sol
y perladas las plantas impactaba el rocío,
aún no era suficiente el colofón
pues del cielo cayó otro chaparrón.
Mirando por translucido cristal,
sintiendo mi piel en lo más alto de las cimas
ese momento que pisotea a cualquier clímax,
descreía cualquier error fatal.”

Cada frase del poema era mentira, por mucho que mirase, nada cambiaba en mis adentros… Al rato empecé a recordar eso días que pasé a su lado <<esos días calurosos que pasaban lentos, escuchando al viento discutir con el ramaje hueco, esperando aquellas lluvias de otoño, junto a ella, Virgie>>; Zarandeé mi cabeza dejando a tras esos pensamientos y me centré en el discurso de esta mañana.

Al llegar a la oficina me senté en el escritorio y decidí repasar los puntos más importantes de la presentación, cuando acabé me fui hacia la sala de reuniones.
Salió bastante bien, pero aún no paso lo peor, ya que por la tarde tenía que volverla a exponer para los becarios y los del cambio de turno.
Paso el día tranquilo y por la tarde me dispuse de nuevo en mi escritorio, seguí el mismo ritual que por la mañana y entré en la sala de reuniones.
Al salir estaba muy cabreado, esos becarios me sacaban de quicio y mi jefe Rob no paraba de darles la razón…ya era la hora de salir.

Me vestí a horcajadas, cogí mis apuntes sin meterlos si quiera en la carpeta y salí sin dignarme a saludar a Jenny la recepcionista, en ese momento no me di cuenta, pero luego me apenó haberla tratado así, ya que ella siempre era muy amable conmigo.

Sumido en mis pensamientos decidí pasar por los frondosos parques del centro, a ver si se me pasaba el cabreo…pero cada vez que me acordaba de aquella dichosa sanguijuela de Rob me enfurecía más y apretaba el paso… 
Me tropecé con la parte delantera de un banco y mis papeles salieron volando por todos los lados, me agaché a recogerlos y entonces me di cuenta de que alguien me estaba ayudando. 
Era una mujer de larga melena morena, una frente pálida y despejada, sus ojos como la piel de las avellanas, su nariz pequeña a juego con su boca. Le sonreí y le dije:

- Me llamo Samuel, Sam Walter, encantado- dije casi sin aliento.
- Soy Marie, Marie Brizard, lo mismo digo - Sonrió, la sonrisa era algo infantil, blanca y ordenada.
- Que torpe soy, no te he dado las gracias, muchísimas gracias - argumenté brevemente.

Me fui de prisa, no quería se quedara con la cara de bobo que se me pone cuando admiro algo.
Sentado, en el ahora lúgubre y solitario tren de cercanías, me sentí en una nube, no dejaba de pensar en aquella mujer.

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