viernes, 1 de abril de 2011

No pienso renunciar a mi maldición todavía.




Sólo estoy dispuesta a reconocer dos imposiciones durante el transcurso de mi existencia: la vida y la muerte, como consecuencia. Quizás llegue tarde para remediar la primera, pero, al menos respecto a la segunda, seré yo quien decida el cuándo, el dónde, el cómo y, sobre todo, por culpa de quién.

Hay muchas clases de monstruos, señor. No seré lo peor que se encuentre por las calles de París, eso se lo aseguro. Ni todos los monstruos desean dejar de serlo, ni todos los desdichados son infelices con su desdicha. Yo, por mi parte, no pienso renunciar a mi maldición todavía.

Mi maldición es mi vida y será mi muerte. Es mis dos imposiciones y mi orgullo, mi herida de guerra, mi medalla. Podré ser un monstruo, pero un monstruo que ha elegido una voz que proteger. Yo hice mi elección hace años, y por ello mi estigma se ha convertido en el de Sacha, no obstante, también en su amuleto. Mi destino truncado constituye su escapatoria, su mundo feliz. ¿Imaginario? Probablemente, pero, ¿quién es usted para juzgarlo, formando parte de una sociedad irreal? Mi llaga es su sueño, mi deformidad es su belleza. Si pretenden forzarme a abandonar mi maldición, más les valdrá venir con espadas y cañones, porque la muerte es la única orden que yo entiendo.

Y si no, apártese de mi camino.

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